Los estribos se introdujeron en Chile con la colonización española. Eran de hierro o plata y tenían forma de jaula, pantufla o campana.
Los mapuche prontamente aprendieron a utilizar el caballo y confeccionaron su propio apero. Crearon estribos de madera, que consistían en una tabla perforada para introducir el dedo pulgar del pie o imitaban los usados por los conquistadores.
Los estribos de metal comenzaron a desaparecer durante el siglo XVIII, pues la Casa de Moneda utilizaba la plata para acuñar dinero. Así, la madera ganó liderazgo como material.
El investigador Tomás Lago presume que se tomó como inspiración el modelo asturiano: trozo de madera en forma de medialuna, ahuecado por un extremo y cerrado por el otro. Era resistente al agua, característica ideal para enfrentar las condiciones climáticas y geográficas del centro sur del país, donde se concentró la ocupación hispana (153: 168).
El desarrollo artesanal jesuita dotó a esta pieza de un nuevo estilo, recargado de adornos y talladuras, que pervive hasta hoy.
Destaca el trabajo de la llanta, pieza de metal que rodea y estabiliza el estribo. Ésta se confecciona con hierro, cobre o plata y tiene tallados en la madera: motivos vegetales, rosetones, abotonados, cordoncillos, volutas, líneas y entretejidos.
Esta labor artesanal se difundió entre La Serena y Concepción, lugar donde se instalaron las haciendas jesuitas y se mantuvo incluso después de la expulsión de la orden en 1767.
Otros artesanos comenzaron a reproducir este saber e introdujeron variaciones en las figuras de la pieza de madera. Comenzaron a aparecer estribos de huevo, baúl y capacho y variaciones en la distribución y tamaño de los diseños.
Actualmente, se fabrican en talleres de Santiago, Rancagua, Colchagua, Curicó, Linares y Chillán.
La Colección de Artes Populares y Artesanía del Museo cuenta con un importante número de estas piezas. Ellas muestran el desarrollo de sus formas, materialidades y estilos a través del tiempo.