En Occidente, la caza de ballenas se inició en los siglos X-XI d. C. Los primeros en desarrollarla fueron pescadores vascos, quienes usaban botes abiertos y arpones de mano, y luego procesaban la caza en tierra para obtener grasa que comercializaban por toda Europa. Sus pesquerías se extendieron luego por las costas atlánticas hasta Terranova (Canadá), instalándose incluso en las costas de Brasil a comienzos del siglo XVII. En la segunda mitad del siglo XIX, la actividad experimentó profundos cambios tecnológicos, que marcaron el comienzo de una nueva era en la captura de estos mamíferos marinos. El surgimiento en Noruega del cañón arponero montado en buques de vapor contribuyó a la eficiencia de la cacería, incluida la de grandes rorcuales como la ballena azul y la de aleta.
En Chile, las primeras empresas dedicadas parcial o completamente a la actividad se constituyeron durante el siglo XIX, en Valparaíso y Talcahuano. Posteriormente, en los primeros años del siglo XX, el arribo al país de avezados marinos noruegos dio a la cacería de cetáceos un nuevo impulso, formándose nuevas compañías en Punta Arenas, Ancud y Valdivia. La mayoría de estas empresas usó buques cazadores para la captura y plantas terrestres para procesar la caza, aunque algunas recurrieron ocasionalmente a buques factoría para la transformación de la grasa en aceite.
Construida al sur de Valparaíso en 1943 por la Compañía Industrial S. A. (Indus), la planta ballenera de Quintay llegó a ser la más importante del país. El complejo industrial poseía distintas instalaciones, dominadas por la rampa, a través de la cual se conducía a los cetáceos capturados desde la rada, y la plataforma de descuartizamiento, donde se los destrozaba. Luego de separar el tocino, la carne y los huesos, estos eran derivados a distintas secciones para su procesamiento, del cual se obtenían productos como aceite, harina, jabón y fertilizante.
En primera persona
«Honor a tus ballenas, Francisco, a tus arpones...», escribió Pablo Neruda a Francisco Coloane en 1969. Este último autor es, en efecto, quien más ha hablado sobre la caza de cetáceos en las costas chilenas, con la cultura del hombre de mar como uno de los focos principales de su obra.
En 1953, Coloane visitó la planta de Quintay, participando incluso en las faenas de caza a bordo del Indus 11, a la sazón buque insignia de la flota. Esas vivencias le sirvieron para escribir una serie de textos, entre los cuales se encuentra el reportaje Los balleneros de Quintay, publicado en 1972 como parte del volumen 12 de la colección Nosotros los Chilenos de Editorial Quimantú. A partir de aquel artículo surgieron luego dos cuentos -uno con el mismo título y Alfaguara, publicado en 2008-, además de la novela El camino de la ballena (1962) y la crónica Mito y realidad de las ballenas (1995). Pero además, Coloane dejó un interesante registro fotográfico que hoy conserva el Museo Histórico Nacional y que retrata distintos episodios de la caza y procesamiento de los cetáceos en la planta de Quintay, en su momento de mayor auge.
«No he regresado a Quintay porque hoy es un lugar desolado sin cachalotes ni balleneros. Solo la trompa del cerro Curauma se asoma en la playa oceánica con el grito universal del Green Peace», escribiría años más tarde, sin embargo, al final de uno de sus textos. Con ello, testimoniaba el profundo cambio en la narrativa global sobre la caza de cetáceos inspirada por los postulados ambientalistas.
Descarga el artículo completo "La caza de ballenas en las costas de Chile bajo la mirada y la pluma de Francisco Coloane. Reflexiones sobre un conjunto de fotografías y relatos", por Daniel Quiroz.