Características formales de las fotografías de Kena Lorenzini y su efecto narrativo
Dos son los procedimientos que definen la fotografía de Kena Lorenzini: el «momento decisivo» y la «búsqueda» (Alegría en Lorenzini 2006, s/p).
El momento decisivo es el instante de la obturación, en que las dinámicas de la realidad se organizan de una manera particular, produciendo una composición y una descripción visual que rescata la cotidianeidad y la vuelve permanente en el tiempo.
La búsqueda, en tanto, se relaciona con el recorrido que la fotógrafa realiza, inmersa en la práctica social, de la cual se desprende una relación entre ella y el objeto a fotografiar. Ambos conceptos representan una modificación en la interacción habitual con la imagen y describen el papel de la mirada subjetiva que no se conforma con observar desde lejos, sino que opera como un agente protagónico de la acción.
En el involucramiento de Kena Lorenzini con la escena a la que asiste, el trabajo fotográfico se transforma en trabajo político. La presencia activa de su mirada establece una relación cercana con el objetivo, despejando la distancia entre quien fotografía y lo fotografiado, y devolviéndonos la realidad en la imagen. Es por ello que estos registros no quedan en el pasado, sino que logran actualizarse en el presente, en la mirada del espectador que dispone su propia presencia en la escena.
El riesgo asumido por los profesionales que realizaban una fotografía más documental define los elementos técnicos del oficio. La rapidez con que se deben tomar las decisiones y la posición de la fotógrafa en medio de una manifestación, por ejemplo, determinan la imagen final.
La cámara, convertida en ojo participante, es despojada de su rol único de testigo para sumirse en la dinámica social. Es a la vez herramienta de búsqueda visual y blanco posible de la violencia que retrata. Poner dicho peligro a distancia para hacer posible la búsqueda del momento fotográfico es el gesto que convierte la labor de Kena Lorenzini en un trabajo político.
Por otro lado, el relato fuera de cuadro, aquello que no aparece en la fotografía pero se intuye en ella es un elemento constitutivo del sentido total de la imagen. Por cada decisión fotográfica al interior del encuadre, existen otras dimensiones que se despliegan en su exterior. Ese poder que ostenta la mirada fotográfica, que le permite editar la realidad con el riesgo de transformarse en un sesgo, encuentra en las fotografías un espacio abierto a la mirada del espectador.
Aquello que queda por fuera de los marcos de la imagen no está necesariamente excluido de esta. El oficio de Kena Lorenzini sugiere permanentemente esos contextos extrafotográficos, entregándole al observador una idea precisa del desarrollo de los acontecimientos, más allá de lo que aparece y puede ser consignado por la mirada. Lo inmediatamente visible ―personas en movimiento, humo de bombas lacrimógenas, protestas― sugiere en los bordes de la imagen un lugar de la ciudad, el espacio público en disputa y, más allá, el estado de un país.
Las fotografías de Lorenzini, entonces, establecen un encuentro entre la acción y el entorno, que constituye un ojo con cuerpo que ve una porción ―la del encuadre―, pero siente el contexto completo.
Tensiones compositivas, planos y profundidades
El lenguaje fotográfico que propone Kena Lorenzini se vale de la utilización de diversas herramientas tradicionales, como planos, direcciones y enfoques, para generar visualidades diferentes a las que utiliza prensa. La composición de las fotografías y todas las fuerzas que actúan en ellas dotan a la imagen de una carga afectiva inesperada, de una relación personal con el espacio-tiempo que describen.
La diferenciación de planos permite comprender los distintos escenarios desde la mirada de la propia autora. Las imágenes de las autoridades, por ejemplo, se mueven entre la contemplación lejana de la rigidez del poder hasta la búsqueda de direcciones de cámara y encuadres que rompen esa lógica, generando una fisura en la estructura autoritaria.
En las imágenes de la resistencia, las líneas horizontales y verticales propias del paisaje urbano se desestabilizan para convertirse en diagonales de acción que están en función de la situación retratada y ponen a las personas en el centro. Manifestantes y carabineros rompen con el orden lógico de la representación de la realidad para introducir la tensión en la imagen, las líneas que atraviesan el relato y lo vuelven dinámico.
La profundidad de campo es otro elemento con el que Kena Lorenzini trabaja indistintamente. Planos generales en los cuales es posible ver con claridad hasta el detalle más lejano resaltan la descripción de un espacio considerando todas sus complejidades: los elementos de la ciudad, las características geográficas de la periferia o el entorno de un territorio en disputa con la policía en el fondo.
También hay retratos y planos medios, en los cuales el contexto es esbozado, sugerido, apenas enfocado, dando un protagonismo único a la expresión de las personas ubicadas al centro del encuadre. Aquí se abre un diálogo con quien es fotografiado, una ventana a sus emociones, la posibilidad de un encuentro íntimo con el sentir de un momento.
En este sentido, resultan particularmente llamativos los retratos de mujeres, niñas y niños, generalmente invisibilizados por las imágenes de la resistencia. Ellos adquieren un papel protagónico que levanta un nuevo relato de nuestro pasado reciente, en el cual se mezcla la lucha por la libertad con la necesidad de levantar la voz y ser escuchado.
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